La hora de las grietas
Hacer cine en España no es fácil. A los trances de escasez de producción, falta de inversión y de sistematización se añaden, para algunos sectores, dificultades específicas que vedan aún más el acceso a la profesión cinematográfica. Hay que encajar en el molde, cuadrar en el plan y seguir la corriente porque si no, si decides quebrantar alguna de estas normas y seguir tus propios impulsos, te conviertes en excepción, en fisura, en grieta.
Hacer cine siendo mujer es protagonizar La Odisea sin Homero y sin Ulises. Porque para las mujeres Ítaca está a mayor distancia, y en el camino deben lidiar con demasiadas guerras de Troya. De ello sabe mucho Isabel Coixet, inmensa cineasta distinguida merecidamente como Chevalier de l'Ordre des Arts et des Lettres en París, donde la regidora Anne Hidalgo ha destacado de ella su talento, su valor para llevar a cabo una carrera universal y personal al mismo tiempo, y ser inspiración para varias generaciones de profesionales que ponen toda la energía y vocación en la carrera cinematográfica.
Para las mujeres Ítaca está a mayor distancia, y en el camino deben lidiar con demasiadas guerras de Troya
Sobre ellas, sobre todas esas mujeres que se encuentran delante y detrás de la cámara para reclamar un sitio que les es legítimo, debatimos en la primera edición de la conferencia internacional Spanish Cinema: Gender & Ageing Studies, celebrada en la Universidad Aston de Birmingham. Durante sus tres días de duración, y bajo la organización de Barbara Zecchi, Raquel Medina y Olga Castro, una veintena de profesionales, investigadores, profesores y conferenciantes de todo el mundo nos hemos reunido con el único objetivo de dotar de corporeidad a quienes han estado invisibilizadas a lo largo de las décadas. Porque no, no es sencillo ser mujer y artista en el cine, tal como han patentizado autoras como Virginia Yagüe, Alicia Luna y Carla Subirana, grandes autoras que diseccionan con precisión quirúrgica la situación de la mujer en nuestra cinematografía.
Simultáneo a la condecoración de Isabel Coixet en París y a la conferencia sobre cine y género en Birmingham, se ha llevado a cabo el London Spanish Film Festival, donde se han exhibido cintas como A cambio de nada, Isla bonita, Truman, Ma ma y El tiempo de los monstruos. Una ocasión única para conocer el cine español, qué duda cabe. Aunque asombra que de las cinco películas proyectadas, ninguna, ni una sola; haya estado dirigida por una mujer. Y digo que sorprende porque resulta cuando menos insólito, que en un año como el actual (en el que autoras como Paula Ortiz conLa novia, Leticia Dolera con Requisitos para ser una persona normal o, por supuesto, la propia Coixet con su gran Nadie quiere la noche, han cosechado innumerables éxitos y reconocimiento de público y crítica), no haya habido espacio, por mínimo que sea, para proyectar junto con los títulos anunciados alguno de una cineasta mujer.
Mínguez es la demostración fehaciente de que para ser actriz en el cine español hay que inventarse y reinventarse de manera constante
Sobre ello converso con Elvira Mínguez, actriz brillante que no necesita ninguna presentación. Intérprete de La buena estrella, Clara Campoamor, Cobardes, Canícula o Tapas, Mínguez es la demostración fehaciente de que para ser actriz en el cine español hay que inventarse y reinventarse de manera constante. En otras cinematografías, como la del país que nos acoge, lograr el estatus de "dama" de la actuación requiere exclusivamente de talento. En la nuestra, tener buena consideración implica demostrarlo cada día como si fuera el primero.
A ello se le une otro desafío insalvable para toda actriz: la edad. Porque sí, los seres humanos envejecemos. Todos, sin excepción. Y esto se acusa más en una profesión marcada por la estética, por lo físico. Esa convención que hemos llamado belleza, y que además es efímera, es deliberadamente confeccionada en el caso femenino, una beldad insostenible que hace que las mujeres, como cualquier producto manufacturado, tengan fecha de caducidad con independencia de su talento.
Ellos persisten pero ellas se desvanecen, sucumben ante una carrera que se acaba antes de llegar a la meta
Nos encontramos entonces a artistas con una vida profesional concentrada en su juventud y que alcanza su cénit a los treinta años, es decir, mucho más corta que la de sus colegas varones, cuyo punto culminante sobreviene a los cuarenta y seis años según estudios de TIME y de la Federación Internacional de Actores de la Unión Europea. Esta fugacidad hace que las intérpretes no solo deban hacer frente a una profesión implacable, sino también al paso del tiempo, un tiempo que decide su destino incluso antes de haber envejecido. Ellos persisten pero ellas se desvanecen, sucumben ante una carrera que se acaba antes de llegar a la meta.
Desde la universidad de Birmingham, bajo un cielo plomizo y una incesante lluvia, seguimos debatiendo sobre la mujer en el séptimo arte, sabiendo que no cambiaremos el mundo (no es esa nuestra intención ni tampoco nuestro cometido), pero deseando variar el rumbo de nuestro cine. Hemos hecho nuestra la consigna de las organizaciones no gubernamentales, aquel mítico "piensa global, actúa local, intervén sectorialmente". Quizá así podamos contribuir a hacer un hueco al sentido común. Quién sabe si, reflexionando sobre ello, conseguiremos que a este sistema le brote el talento de entre todas sus grietas.
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